Alfonso Córdoba: "nuestro Da Vinci negro", mucho más que la biblioteca musical del Pacífico
Además de la música, este hombre de 82 años, ha incursionado en la historia de Quibdó con la composición, joyería, diseño de disfraces, talla en madera y construcción de instrumentos musicales.
Por esa razón, su amigo, el intelectual y gran conversador Carmelo Enrique Rentería, dice que "guardadas las proporciones, él es nuestro Da Vinci sin barba, nuestro Da Vinci negro".
La composición, el canto, el dibujo y la talla empezaron a aparecer en su vida "de manera atropellada", como 'El brujo' lo describe. A diferencia de Da Vinci, cuya primera inspiración vino de la naturaleza, la de él provino de las imágenes de santos expuestas en las Iglesias.
"Las mentalizaba y las copiaba en barro con los compañeros. Hacíamos pequeñas procesiones. Pero yo era casi siempre regañado en mi casa porque eso se veía como un sacrilegio. Entonces, las hacía a escondidas por la mañana y las dañaba por la tarde", dice mirando hacia la Catedral de Quibdó, a una cuadra del río Atrato y una de las edificaciones más vistosas de la ciudad.
Por esa época, cuando tenía unos diez años, 'El brujo' compuso su primera canción. "La recuerdo, cómo no. Muy burda eso sí: 'El pobre Cándido, que es un estúpido, compra específicos en cantidad para que Pánfilo, que es su hijo único y está raquítico, pueda engordar'".
Eran tiempos en los que su padre, que había sido boga durante más de 15 años y ejercía como carpintero de ribera, llevaba a su casa a Cupertino Murillo, su fiel compañero de los trajines por los ríos Atrato y San Juan.
A cambio de tabaco fresco y café, los muchachos de la cuadra de 'El brujo', en el tradicional barrio La Yesquita de Quibdó, podían escuchar los relatos de 'el filósofo campesino', como lo llama el maestro.
"Ahí está cifrado gran parte de mi repertorio musical", comenta refiriéndose al origen de las historias de sus canciones y de sus 'canticuentos'.
Una vez en el malecón, el maestro aborda una lancha. El Atrato, el río imponente, caudaloso, que atravesó su papá un siglo atrás mientras entretenía a los pasajeros con sus coplas, canciones, décimas y cuentos, ha sido su sitio añorado, el corredor por el cual le llegó en acetatos la música foránea, y ha marcado su camino de salida a lugares que cambiaron su vida.
Viajó al río Baudó, donde durante tres años investigó la música vernácula de la zona; a Barranquilla, su ciudad durante 18 años, en la que se volvió joyero y creó 'Los mayorales del ritmo', su primera agrupación; y a Bogotá, a la que viajó con la promesa de integrar al 'Grupo Niche' como cantante y compositor, algo que jamás ocurrió, y donde se abrió paso al conformar los grupos 'El brujo y su timba' y 'El brujo y su banda', pese a las adversidades.
Como el río que recorre antes de su concierto, la vida de 'El brujo', su música y los ritmos y canciones que ha recolectado durante más de 60 años son imposibles de abarcar.
Se sabe de memoria canciones invaluables que pocos conocen y que, por ende, han ido desapareciendo. "Acá hicimos el equivalente a la música espiritual de Estados Unidos. El alabado -canción fúnebre del Pacífico- es nuestro gospel".
Y el maestro se lanza a cantar, no sin decir primero que esta canción triste es originalmente interpretada por muchas voces: "Viernes Santo murió Dios. Viernes le hacen el entierro. Sábado le cantan gloria. Domingo sube a los cielos".
'El Da Vinci negro', la biblioteca musical de la música del Pacífico, ha logrado casi todo lo que ha querido en sus artes. Ha grabado dos discos, el último el año pasado. Ha tenido éxitos en radio, como Vano retorno, grabado por la 'Orquesta Guayacán'. Ha recibido el Premio Nacional de Joyería. Y ha sido ganador con sus disfraces de las Fiestas de San Pacho.
Sobre la lancha, mirando la caída de la tarde sobre su Quibdó adorado, dice que sus años han sido alegres. "Quien hace música no puede ser una persona triste, porque la música es el aliento del ánima".
Pero ahora está estancado en su pueblo, con grandes ideas dándole vueltas en su cabeza y con una imposibilidad de ejecutarlas que lo desespera.
Quiere hacer, con una gran orquesta, un disco para difundir la música desconocida o perdida del Chocó.
Y, por otro lado, armar un concierto de cámara donde los alabados sean los protagonistas y sean interpretados por un grupo polifónico.
El maestro está impaciente. Su energía creativa sigue tan activa como siempre.
De regreso al malecón, 'El brujo' recobra la esperanza. Su concierto en Borojó y Café va a empezar.
PAOLA VILLAMARÍN
ENVIADA ESPECIAL QUIBDÓ
vilpao@eltiempo.com.co
No comments:
Post a Comment